Dicen que la libertad duele...
Ella nunca había entendido bien esas
palabras. Siempre había ansiado la libertad
por encima de todo,
la perseguía de una forma casi romántica.
En un mundo donde importaban más las
superficiales estupideces que la humanidad había elegido torpemente.
En un mundo que parecía haberse vuelto loco.
Era su mundo también, el lugar dónde
había crecido y que le había enseñado a vivir día a día. Pero se
empezaba a dar cuenta de que estaba dotado de una falsa libertad. Una
palabra tan grande no podía solucionarse con un remedio tan pequeño,
era simplemente ilógico siquiera pensarlo. Y digo solucionarse, sí,
porque la libertad empezaba a ser un problema. El mayor problema con
el que se podía topar uno si lograba encontrarle significado.
Y justamente fue Eleuthera la que lo
encontró...
Era un día oscuro, de esos en los que
son las nubes grises las que reinan el cielo con una monocromía
majestuosa, amenazantes con hilos de lágrimas desde las alturas.
Como siempre, nada había impedido que Eleuthera saliera a despejar
su mente y apartar su cuerpo del bullicio del contexto, adentrándose
en los rincones más inexplorados de su preciada playa. El día
ciertamente acompañaba sus grises reflexiones, llenas de frustración
y desesperanza por no entender ese mundo suyo en el que le tocaba
vivir.
Simplemente era absurdo...
Las olas rompían contra las rocas con
impiedad al igual que los pensamientos contra
su
propio cuerpo, que
soportaba como podía los duros golpes diarios, en silencio. No
quería todo aquello, hubiera deseado ser “normal” como el resto
de personas que conocía. Dejar de preocuparse al menos un instante
por todo aquello irracional, metafísico, y pensar en lo mucho que desearía
unos zapatos de tal color o las pocas ganas de
trabajar que tendría al día siguiente... Era injusto que sólo
ella sumergiera su mirada en el mar cada tarde, muriendo un poco más
al sentir hasta la más mínima brisa acariciando sus cabellos.
Se preguntó si los demás también
sentirían algo, si eran capaces de algo más que la envidia que les
corrompía, que el egoísmo que los destruía, algo más que lo
impuesto, que su falsa
libertad.
Y es que creían volar cuando tenían
sus cabezas enjauladas en celdas de asfixia transparente, cuando
tenían sus alas atadas por las cuerdas de los titiriteros anónimos.
Y eso no era libertad.
Fue entonces cuando se dio cuenta de su
significado. Se dio cuenta de el porqué de su dolor. Ella había
dejado libre su mente, sin intención había liberado su cuerpo en
aquella playa. Ya no quería volver a la ciudad, ni a su mundo. No
pertenecía a ellos. La libertad había traído con ella una soledad
tan profunda que nunca podría llenarse con nada conocido. Nada real.
Lo comprendió.
Y lloró.
Lloró hasta que sus lágrimas se
fundieron con las olas del mar. Hasta que su vida se perdió entre
las mareas, hasta que su libertad se ahogó en el reflejo de un cielo
de gris infinito...