Sentada en la nieve de un callejón sin
salida admiro expectante la gente pasar entre las únicas dos paredes
que me abrigan.
No hay nada más... Me digo en un
susurro débil, inaudible.
Todas esas personas pasando rápidamente
hacia sus casas con sus familias, quizá van de camino a una tienda o
simplemente pasean bajo la nieve que cae sosegada y sentenciosa,
pensativos. Pero no vuelven su cabeza hacia el callejón, invisible
para ellos y su día a día, una decoración más sin importancia en
cada una de sus vidas marchitas que ni siquiera tratan de revivir.
En su último aliento se han ocupado de
llenar sus vacíos de objetos inservibles cual enfermos, fingiendo
qué aún les queda un ápice de sentimientos bajo sus máscaras.
Miran con sus ojos cerrados y ven el mundo perfecto que ellos mismos
han creado, sin violencia, sin fealdad, sin diferencia...
… sin amor.
Y es ese mundo el que dejan en herencia
a sus hijos que, como yo, tuvimos que aprender a sobrevivir en la
mentira de un engaño más grande que nuestro propio ego impuesto.
Luego vino la lucha continua,
prehistórica, de la ley del más fuerte.
La envidia. El odio. La ira.
No supimos como reaccionar ante tanta
crueldad mutua y nos encerramos en las jaulas que heredamos de
nuestros padres. Bellísimas jaulas de hierro oxidado y astillado,
maravillosamente decoradas con rosas rojas y sus espinas...
… herían.
Bajo la apariencia de perfección nos
herían los ojos, las manos... E hinchados, purpúreos y dolientes
permanecimos en ellas, inmóviles.
Perfectos.
Fuimos hermosos en aquel paraíso
postizo.
Hasta que nos dimos cuenta.
Cobró la resignación todo el
protagonismo, y el miedo. Nadie osó moverse de su celda,
escogiéndola ante la idea de un mundo que no conocían. Fuimos pocos
de nosotros los que aceptamos el cambio y golpeamos con fuerza el
hierro oxidado, las esquirlas desgarradoras y las espinas
penetrantes. Entre gritos de dolor y rabia rompimos la falaz realidad
heredada y nos dispersamos solitarios por el nuevo mundo
contradictorio en el que me encuentro.
Ahora, sentada en la nieve de un
callejón sin salida admiro expectante la gente pasar entre las
únicas dos paredes que me arropan. Sin más abrigo que mi piel
desnuda, pálida y amoratada. Hinchada por los golpes y el frío,
herida por las mentiras, cansada de las esperanzas de futuro. Desde
aquí veo a los que se quedaron en sus radiantes cárceles, a sus
hijos y a sus nietos llevando sobre ellos el mismo peso que continúan
heredando de sus padres, de los nuestros...
Nosotros jamás tuvimos hijos.
Permanecemos condenados a la soledad, vagando como etéreos dementes
por los callejones abandonados de barrotes. Abatidos.
[[Imagen arriba: "Tell me I'm frozen" de TalianaChastaya // Imagen abajo "Frozen rose" de Mv79]]
1 comentario:
Rescatando un texto perdido entre las carpetas de mi ordenador. De vez en cuando recuerdo sus imágenes más de lo que debería.
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