Las manos manchadas de pintura, ahora
inertes, cansadas. Aún húmedas. La respiración agitada, mirada al
frente. Perdida. Resuena en su cabeza la palabra una y otra vez hasta
que el sonido de sus sílabas debería extraviar todo significado.
Pero retumba hasta estallar, y lo hace cobrando el sentido traidor
que la conduce a un incomprensible sinsentido, en el que todo y nada
encuentran y mezclándose con pintura y lágrimas dibujan realidades
que olvidamos ciegos, al girar la cabeza hacia aquellos que
asintieron diciendo que hacíamos lo correcto. Engendra mundos desde
sus entrañas que no estafan con fantasías de cuento, que destiñen
los colores vivos que nos echaron encima sin orden aparente ni
sentimientos creadores. Falsedad es lo que queda.
Aparta las mentiras exhausta con un
poco de blanco. Es el negro su herramienta principal, el protagonista
de sus obras, que construye y consume formas y figuras difusas. A
veces se mezclan grises rectilíneos de grumosa monotonía. Realidad.
Oprime el pecho la rabia de un carmín intenso. Y grita y esparce,
agita, araña, gime, fluye, duele. Y duele mucho. Lágrimas de
oquedad absoluta, vacíos dementes que siempre estuvieron ahí.
Insano.
Ella cae exánime de rodillas,
inundados los ojos que no parpadean al sumergirse en el lienzo que la
observa enfrente, a lo alto, presenciando su desdicha. A veces se
pregunta quién de los dos es el que crea, sin saber como responderse
ante el nuevo mundo que reflejan sus ojos. ¿O son las pinturas con
sus ojos sus espejos? Su majestuosa condena tortuosa, su infierno
particular. Pero, al fin y al cabo, su fatal esencia.
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