domingo, 15 de junio de 2008

ELEONORE


El cuarto de baño estaba levemente iluminado por las tenues luces de unas velas que Eleonore había preparado con anterioridad. La habitación podría haber estado completamente en silencio, excepto por el rumor del agua que poco a poco iba llenando la bañera. Eleonore atravesó lentamente la puerta, avanzando decidida con sus pies descalzos, vestida con un ligero camisón blanco de seda, aquél que antes tanto le había gustado a él...

La joven muchacha dirigió su mirada a la bañera que estaba aun llenándose y se acercó para apagar aquel torrente de agua que se le clavaba en el cerebro y le hacía dudar. Pero solo dudó unos segundos. Los justos para recordar aquellos dulces labios que ya no estaban. Los justos para que una melancolía terrible se apoderara de ella. Los justos para hacer que la joven Eleonore se hiciera más débil, cayera en aquel horrendo estado de añoranza. Los justos para que se hiciera más fuerte en su decisión.

Así pues, Eleonore miró por última vez su imagen reflejada en el espejo. Una joven muchacha de cabello rubio como el oro y pálida tez le devolvía la mirada desde el otro lado, una mirada triste, vacía... "¿Cómo no iba a estarlo si ya no había nadie que la llenara?" Se preguntó Eleonore mientras las lágrimas iban cayendo por su blanca piel, manchándola con el maquillaje negro que arrastraban y haciendo que aquella mirada quedara aun más vacía.

Suspiró. Suspiró y fue adentrándose lentamente en el agua. Poco a poco su ropa se iba mojando y marcando esa hermosa figura bajo la fina seda que ahora estaba completamente empapada dentro de aquel sepulcro de agua.

Una vez dentro del agua, Eleonore miró con calma todo lo que la envolvía. Las velas iluminaban apenas su alrededor y una inquietante oscuridad rodeaba a la muchacha que ahora observaba con la mirada perdida una pequeña cuchilla que estaba a su lado.

La tomó.

Tomó la cuchilla en sus manos y sintió como el frío acero acariciaba su muñeca haciendo que se estremeciera su piel en un ligero escalofrío. Pero no paró. Siguió pasando la cuchilla con fuerza por su muñeca. Sintió como ese frío acero que antes la acariciaba ahora penetraba en su piel como un metal ardiente. Sus manos temblaban y sus ojos se cerraban con fuerza mientras sentía como su sangre iba resbalando por su brazo para al fin mezclarse con el agua, tiñéndola de un color cada vez más oscuro.

Eleonore ya no sentía ningún miedo. Estaba cada vez más cerca de conseguirlo. Cada vez le faltaba menos para volver a estar con él. Volvería a ver aquella mirada que tanto llenaba la suya. Volvería a saborear esos labios que la besaban con ternura. Volvería a... volvería a...

La oscuridad se apoderó por fin de todo.

De repente una luz parecía mostrar una figura a lo lejos.

Era él, estaba segura.

La joven corrió hacia la figura que le esperaba con esa hermosa sonrisa...

Se abrazaron con fuerza y mirándose a los ojos se acercaron lentamente dispuestos a fundirse en ese beso eterno que tanto habían esperado.

Eleonore sentía ya los anhelados labios cerca de los suyos, estaba a punto de conseguir su mayor deseo cuando... una luz cegadora le separó sin piedad alguna de su amor...

La muchacha abrió los ojos y vio borrosamente unas paredes blancas que la rodeaban. Estaba tumbada en la camilla del hospital, era de noche y sus muñecas estaban envueltas con una especie de venda.

Eleonore permaneció allí inmóvil, sin hablar, sin reír, sin llorar...

Estaba loca...

¿Loca?

No... eso era lo que decían los médicos.

Eleonore esperaba el día en que la muerte decidiera llevársela de una vez por todas para poder al fin reunirse con su amado...

lunes, 2 de junio de 2008

EL CAMINO

Desde aquí veo un camino, largo, difícil, quizá angosto. ¿Quién sabe?

Decido seguirlo, aunque al verlo dude un segundo, es muy largo, parece demasiado difícil. Aun así, lo sigo. ¿Qué podría perder?

Lo sigo, como alguien dijo alguna vez, sin prisa pero sin pausa. Prestando minuciosa atención a cada paso, a cada movimiento. Teniendo sumo cuidado en cada trecho que avanzo.

Tropiezo.

Me caigo.

Y me duele.

En el suelo, herida y cansada, me planteo si merece la pena seguir caminando. ¿Valdrá la pena seguir avanzando?¿Qué habrá al final del camino?

Después de planteármelo varias veces, e intentando vislumbrar algo delante mío, me levanto. Me pongo en pié con bastante dificultad, dolorida aun por el golpe, pero animada pensando en qué me deparará el misterioso camino.

Sigo andando.

El día se aclara y la hierba brilla fresca y viva junto el camino. Las flores salpican el manto verdoso con sus pinceles de colores. Respiro tranquila, parece que el dolor de la caída ha remitido. Contemplo , eso sí, sin dejar de caminar, el magnífico espectáculo.

La veo.

Mi mirada se clava en ella.

Me detengo unos segundos. Tan solo los necesarios para acariciar esa bella flor que ha cautivado mi alma. ¿Qué hago ahora? ¿Qué es lo correcto?¿Qué debo hacer?

Tengo miedo.

¿Y si ella no quiere venir conmigo?

Le susurro mis deseos, mis más íntimos secretos. Ella parece conforme, no parece querer mostrar resistencia, así que suavemente la cojo.

La beso.

Sigo avanzando, ahora con mi nueva compañera. Esa flor que con tanto amor llevo junto a mi corazón. Esa flor que ahora me acompaña en mi camino.

Así pasan los días y las noches. Camino y camino por el largo sendero que un día decidí tomar. A veces llueve, a veces para de llover, sale el Sol, o se muestra pura la Luna...

Cansada, muy cansada ya, sin poder casi moverme y sin apenas poder hablar, veo algo diferente. El camino ha cambiado mucho desde que lo empecé, más ancho, más estrecho, más iluminado, más oscuro, verdoso, desierto, tranquilo, agitado...

Pero esta vez es diferente.

Mis ojos confirman las sospechas que acaba de forjar mi mente. Incrédula, froto mis ojos con mis manos y vuelvo la mirada al frente. No puede ser... Tanto tiempo esperando y al fin...

El camino ha terminado.

¿Así, sin más?

No.

Me acerco al final del camino y descubro la realidad.

Un acantilado.

Así acaba el camino que escogí.

¿Ha valido la pena? ¿Hice bien en seguir caminando? ¿O quizá tendría que haber dado la vuelta la primera vez que me caí?

Después de meditarlo unos instantes me doy cuenta.

Suspiro.

Ha valido la pena.

Cojo la hermosa flor que aun conservo cerca de mi corazón. La beso dulcemente y la dejo en el borde del camino.

Sonrío.

Sonrío tristemente mientras una lágrima resbala por mi mejilla para acabar siendo absorbida por los casi inexistentes centímetros de tierra que quedan entre el oscuro abismo y yo.

Cierro los ojos.

Suspiro una vez más.

La última.

Doy un paso más hacia delante.

El último.