El cuarto de baño estaba levemente iluminado por las tenues luces de unas velas que Eleonore había preparado con anterioridad. La habitación podría haber estado completamente en silencio, excepto por el rumor del agua que poco a poco iba llenando la bañera. Eleonore atravesó lentamente la puerta, avanzando decidida con sus pies descalzos, vestida con un ligero camisón blanco de seda, aquél que antes tanto le había gustado a él...
La joven muchacha dirigió su mirada a la bañera que estaba aun llenándose y se acercó para apagar aquel torrente de agua que se le clavaba en el cerebro y le hacía dudar. Pero solo dudó unos segundos. Los justos para recordar aquellos dulces labios que ya no estaban. Los justos para que una melancolía terrible se apoderara de ella. Los justos para hacer que la joven Eleonore se hiciera más débil, cayera en aquel horrendo estado de añoranza. Los justos para que se hiciera más fuerte en su decisión.
Así pues, Eleonore miró por última vez su imagen reflejada en el espejo. Una joven muchacha de cabello rubio como el oro y pálida tez le devolvía la mirada desde el otro lado, una mirada triste, vacía... "¿Cómo no iba a estarlo si ya no había nadie que la llenara?" Se preguntó Eleonore mientras las lágrimas iban cayendo por su blanca piel, manchándola con el maquillaje negro que arrastraban y haciendo que aquella mirada quedara aun más vacía.
Suspiró. Suspiró y fue adentrándose lentamente en el agua. Poco a poco su ropa se iba mojando y marcando esa hermosa figura bajo la fina seda que ahora estaba completamente empapada dentro de aquel sepulcro de agua.
Una vez dentro del agua, Eleonore miró con calma todo lo que la envolvía. Las velas iluminaban apenas su alrededor y una inquietante oscuridad rodeaba a la muchacha que ahora observaba con la mirada perdida una pequeña cuchilla que estaba a su lado.
La tomó.
Tomó la cuchilla en sus manos y sintió como el frío acero acariciaba su muñeca haciendo que se estremeciera su piel en un ligero escalofrío. Pero no paró. Siguió pasando la cuchilla con fuerza por su muñeca. Sintió como ese frío acero que antes la acariciaba ahora penetraba en su piel como un metal ardiente. Sus manos temblaban y sus ojos se cerraban con fuerza mientras sentía como su sangre iba resbalando por su brazo para al fin mezclarse con el agua, tiñéndola de un color cada vez más oscuro.
Eleonore ya no sentía ningún miedo. Estaba cada vez más cerca de conseguirlo. Cada vez le faltaba menos para volver a estar con él. Volvería a ver aquella mirada que tanto llenaba la suya. Volvería a saborear esos labios que la besaban con ternura. Volvería a... volvería a...
La oscuridad se apoderó por fin de todo.
De repente una luz parecía mostrar una figura a lo lejos.
Era él, estaba segura.
La joven corrió hacia la figura que le esperaba con esa hermosa sonrisa...
Se abrazaron con fuerza y mirándose a los ojos se acercaron lentamente dispuestos a fundirse en ese beso eterno que tanto habían esperado.
Eleonore sentía ya los anhelados labios cerca de los suyos, estaba a punto de conseguir su mayor deseo cuando... una luz cegadora le separó sin piedad alguna de su amor...
La muchacha abrió los ojos y vio borrosamente unas paredes blancas que la rodeaban. Estaba tumbada en la camilla del hospital, era de noche y sus muñecas estaban envueltas con una especie de venda.
Eleonore permaneció allí inmóvil, sin hablar, sin reír, sin llorar...
Estaba loca...
¿Loca?
No... eso era lo que decían los médicos.
Eleonore esperaba el día en que la muerte decidiera llevársela de una vez por todas para poder al fin reunirse con su amado...