lunes, 8 de noviembre de 2010

"Je t'aime"

Segura miro al frente y sonrío con una expresión un tanto ambigua

Llueve, pero esa lluvia gris y un tanto amarilla me reconforta, me tranquiliza, e incluso... me gusta.

Me he acostumbrado a esta calma desconcertante, a esta vida de deseos amargos y risas traicioneras. ¿Qué queréis que diga ahora, envejecida por los años bajo este cielo taciturno de humilde soledad? Soledad, que yo elegí por placer, y no por desdicha. Soledad en la que me pierdo y me arropo, pues de los caminos que vislumbré, fue el único que logré entender, incluso comprender, abandonado y odiado por las mismas personas a las que odia mi corazón , pisado por la ignorancia, la pobreza, la violencia, la ceguera, la muerte, la injusticia, ¡demencia!

Y demencia grito porque es lo último que me queda, porque es lo último que seré en un mundo incomprensible de incomprendidos.

Soy amante del dolor, del agua embarrada, de una vida apenas alumbrada por las pocas velas que deseo que me acompañen. No quiero luces eléctricas, ¡parásitos! Dejádme respirar este aire desgastado, pues antes que respirar el vuestro, prefiero ahogarme en esta habitación cerrada por una llave que nunca encajará en la cerradura. No lloréis mi condena, pues no soy yo la maldita clausurada. Habitualmente vislumbro desde la ventana, os observo día a día a vosotros... condenados.

Como quien llora de alegría en la silla eléctrica, quien ríe ante la soga con su alma soñadora. Sueños imposibles, enfermizos y sin duda, sin duda maravillosos.

Demencia grito porque la amo en mi locura, en mi dichosa desdicha, en mi lúgubre luz...

¿Ambiguo dices?

No sabes hasta que punto estoy enamorada de la condena.

viernes, 20 de agosto de 2010

Ardiente secreto

"Y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón..."

Os voy a contar un secreto.

Aquella había sido una buena tarde. Entretenida como ninguna, risueña, esperanzadora. Hacía días que mi corazón lloraba en silencio por confusos e incomprensibles pensamientos que me habían costado más de una noche contemplando las infinitas horas estrelladas. Intentando apartar aquel mundo de mi cabeza decidí simular ser feliz, coger el lápiz que descansaba en mi escritorio y dibujarme a la fuerza una sonrisa, escondiendo la goma que podría borrarla, claro. Y tras varios intentos allí estaba, feliz, paseando por las calles de la ciudad aquél al que nunca podría haberle negado nada, con aquél al que debía tanta de mi felicidad que ahora estaba experimentando.
No habían problemas, todos se esfumaban en esos momentos con la suave brisa que serpenteaba entre mis cabellos suavemente.

Esa tarde fue perfecta, o lo hubiera sido si nunca hubiera seguido a mi acompañante en su siniestro juego del que no podría haber ni tan solo sospechado. Lo conocía bien, sabía que deseaba mi felicidad y que todos estos años la había conseguido, no con poco esfuerzo. Le debía mi vida más de lo que podaís imaginar, y eso me hacía sentir tan segura...
Subimos las escaleras hasta el cuarto, animados como siempre. Él abrió la puerta con tranquilidad, como de costumbre, y entramos en su habitación. Una vez más cogió su portátil y nos sentamos en su cama. Un día más volvimos a la rutina.

Pero la rutina acabó antes de lo que me hubiera gustado. En un momento se levantó, con su portátil bien agarrado entre sus brazos. Lo dejó en su escritorio y volvió a sentarse a mi lado sin pasar por alto mi asombro ante lo inesperado. En ese momento supe que algo no iba bien pero no quise preguntar. En vez de eso, un silencio abrumador corrompió la habitación entera como un aviso de lo que a continuacón iba a suceder.

Me besó. Y por un momento no me moví, no supe que pensar. No era el hecho lo que me perturbó, sino la forma en la que ahora me miraba. Me parecía tan diferente de las otras veces y a la vez tan similar. No entendía muy bien que era lo que había cambiado en esa habitación, si él o yo. Pero sentí como aquella mirada tan familiar ya no significaba nada para mí. Y lo comprendí en aquel momento. Quizás demasiado tarde.

Se abalanzó sobre mi suavemente, como tantas veces antes, pero para mi sorpresa no se detuvo ante mi leve resistencia fotuita que le rogaba en silencio que no siguiera. Me agarró con fuerza de las muñecas inmovilizandome los brazos. Estaba bien, el juego ya no tenía gracia. Se lo dije, le pedí que parara casi enfadada. Pero siguió adelante, el juego no se detenía y yo me estaba impacientando, inmóvil, bajo su cuerpo. Me besó de nuevo aun sabiendo que no le correspondería esta vez y, sin ser capaz de defenderme, me despojó de mi ropa casi tan rápido como lo hizo de la suya.

Y allí estaba él, sujetándome con fuerza, encarcelándome bajo su cuerpo como a una presa, hambriento, incontrolable...
Y allí estaba yo, desconcertada, presa del pánico, incredula, entristecida...

Sin mediar palabra me sujetó con más fuerza, revelandome lo que yo ya estaba esperando impotente desde que aquello había comenzado, y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón...
Un pequeño grito surgió de mi garganta rompiendo el silencio que había inuntado la habitación, mientras resignada observaba la macabra escena en primera persona. No dije nada, no intenté nada, la única fuerza que conservaba era la de mis ojos que miraban al frente, sin vacilar, sin derramar apenas una lágrima. Llenos, vacios, de nada.

Cuando todo terminó me levanté sin mirarle, me vestí y en silencio me fui. Volví a casa, me senté en la cama con la misma mirada que no me había abandonado.

¿Lo que sentía en ese momento? ¿Desprecio, odio, repulsión, apatía, tristeza...? Sí, sentía todo eso y mucho más, pero un sentimiento era el único que lograba reinar entre el caos de mi mente mientras inexpresiva permanecía sentada en la cama.

Gratitud.

Gracias querido amigo, amado y fiel compañero. Gracias por darme la respuesta, por mostrarme la verdad. Por borrar mi sonrisa dibujada y hacerme ver lo que ocultaba con tanto empeño.
Siento mis mentiras.
Lo siento.
Te digo adiós...
... y esta vez para siempre.

Me acosté en la cama y cerre los ojos quedandome dormida por primera vez en mucho tiempo.
Todo había terminado.

"Y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón..."

... y aun me quedan las cicatrices.

¿Quieres verlas?

Tssssssh... no se lo cuentes a nadie, que es un secreto...

martes, 6 de abril de 2010

Metamorfosis escarlata

Esa noche andaba sola. Sola por las calles tintadas de un negro tan intenso que lograba mantener mi mente distraída durante unos breves segundos en los que nada existía, nada permanecía ni desaparecía. Completamente vacía era la imagen que sin formarse ahora era lo único que podía salvarme de aquel abismo en el que me encontraba de cabeza, al que había llegado con mis propios pies. Tranquilidad durante unos breves segundos en los que sabía que el fin se acercaría pronto ante mis ojos ahora absortos en una nada tan profunda como encantadora.

Lástima no poder permanecer en ella, una verdadera lástima...

A lo lejos una luz. Recuerdos lejanos de un escenario, las luces en la cara cegando a los actores ante el público, inexistente ante sus refulgentes ojos, fuego ardiente en sus corazones. Sentimientos que llenan esas mentes inquietas y luchadoras. Los mismos sentimientos que le fueron negados a la mente inquieta y luchadora de la pequeña Clodette.

Vuelve a la realidad. Los focos se convierten en unas potentes luces de automóvil, el entusiasmado público en una silueta oscura, una sombra siniestra al volante que deteniéndose ante la joven la deslumbra confundiéndola, una vez más. Ya no hay actores en esta escena, solo una melancólica marioneta que de nuevo, bajo la luz del escenario improvisado, intenta satisfacer a su público para poder vivir en un mundo donde soñar cuesta más de lo que debería, donde el que elije el destino del protagonista no es el escritor, sino nuestro público. En este mundo donde olvidamos que el arte no es una forma de sobrevivir, sino una forma de vivir, de vivir intensamente, de sentir, de amar, de odiar, volar... ¿Es que nos hemos olvidado tanto de lo que realmente somos, de lo que realmente podemos hacer? ¿Qué estamos intentando? ¿Tan insensatos somos que no lo vemos? ¿Qué pasa...? ¿¡Qué está sucediendo!?

No puedo entenderlo...
Simplemente no puedo. El mundo se ha vuelto loco, y como la marioneta que soy (sin quererlo) bailo a merced de mi titiritero una y otra vez. Pero ahora digo ¡b
asta! Nunca quise estar sujeta a esos hilos invisibles que guían mis pasos. Nunca... nunca... ¡Y nunca más...! de ningún modo deseo permanecer en este deplorable estado.

Quizás la pequeña Clodette bailó mucho tiempo bajo la mano de aquél público obsceno, quizás demasiado. Noche tras noche...
Deseando ser la dueña de su propio talento, deseando ser la actriz y no la marioneta dirigida, salir por su propio pie al tablado sin preocuparse por nada más que su actuación, por su obra, su vida...
Pero ha llegado el momento. La pequeña Clodettee coge unas tijeras al otro lado del telón. El teatro está vacío, reina el silencio y una absoluta lobreguez alrededor de la muchacha que corta con esmero los hilos que la mantenían encadenada a la necesidad, al mundo que le obligaba a sobrevivir noche tras noche, a un mundo de dementes insensatos que han olvidado por completo lo que es vivir sin ni siquiera darse cuenta. Ya no necesitaba entenderlo, ni entenderlos, pues no hay hilos.

Despierta el Sol como cada mañana. El portero abre las puertas del teatro. Algo le inquieta, el telón está alzado. Se acerca al escenario con suma atención. El cuerpo de una muchacha yace sin vida sobre las tablas manchadas de una fina capa escarlata. Unos finos hilos carmesí brotan de sus álgidas muñecas perdiéndose entre la madera, junto a ellos unas tijeras. Una inquietante y plácida sonrisa dibujada en el rostro de Clodette.

lunes, 8 de marzo de 2010

Despierta

¿Cuándo empezó?

¿Por qué empecé a preguntármelo?

El que busca, encuentra y como es natural... encontré.

Encontré... ¿para bien o para mal?

Qué más da, simplemente encontré.

Desperté de mi oscuro sueño, ese sueño que tanto me dolía, me dolía y me gustaba, me encantaba, pero lo odiaba...

Lo odiaba...

Sí, la triste niña despertó.

Despertó buscando aquella luz que recordaba, aquella cálida luz que la había acompañado antes de dormirse, antes de cerrar sus ojos...
Antes de que dejara de verlo todo.

Pero...

"No..."

Al despertar se encontró de nuevo en la más inmensa oscuridad, ciega en las tinieblas todavía, sola en su rincón, abandonada al fin por la única brújula que la había guiado en sus sueños...

"¿Ahora ya sabes lo que pasa cuando la brújula te abandona verdad? ¿Ahora lo sabes? Apuesto a que sí...

¿Te gusta la oscuridad...

...puta?"

¡Cállate!

...

Déjame...

Sola en su rincón la niña llora despierta. Ha dejado su sueño atrás, ahora está segura de que todo es real. Las sombras, esas voces... .

Todo es real y la persigue, va tras ella sin dejarla respirar. La angustia se apodera de su cuerpo en cuestión de segundos haciendo que se lleve las manos a la cabeza acurrucada en su rincón, ese rincón en el que ha elegido permanecer, ese rincón que firmará su sentencia.

Despierta la niña ha elegido cerrar todas las puertas, ventanas, apagar todo tipo de luz o resplandor que pueda haber entre esos cuatro muros que ella misma ha forjado para protegerse...

"¿Para protegerse?"

No...

Claro que no...

"Tú sabes por qué los creaste, claro que lo sabes."

Para protegerlos...

Ahora yace encerrada bajo llave en su habitación, nadie sale, nadie entra, nadie... asolas con su locura, un cadáver olvidado en un rincón... gritando, llorando, desgarrando el silencio con su llanto. Sola...

(Alone...)

Es lo que la pequeña y triste niña ha elegido.
Que así sea.