jueves, 24 de octubre de 2013

Aislada (minutos de autobiografía in situ)


¿Sabéis? Ya me he acostumbrado a protagonizar esas frases en las que estoy distante, extraña, ausente, cínica, diferente, rancia, aburrida, rara, sociópata… Y puedo seguir, las conocéis, las habréis pensado quizá (o alguna de ellas). No os odio. Ni siquiera me he olvidado de vosotros. Me seguís doliendo igual que siempre. Os… amo. Mi problema nunca fue con vosotros, quizá sí conmigo… Pero, sea como sea, necesito estar fuera. No como cuando necesitas tomar el aire, no. Más bien como cuando necesitas vivir lejos, apartada de todo porque has dejado de creer en lo que más te importa (y encima siempre te rodea, inevitablemente).
                                                      Aislarse

Y aunque necesite vivir en una burbuja para poder pensar sobre ello, aunque tenga que tapar cada rendija que me comunique con lo existente… debo volver una y otra vez y luchar por ello como si no supiera la verdad. Se lo debo porque es mi razón de vivir. Y no hablo de ninguna persona en particular, sino esa humanidad en cada uno de nosotros. Todos.

Esa asquerosa e increíble humanidad

Quizá no os haya transmitido nada con estas palabras, o quizá creáis que es algo más grave de lo que parecía y se me ha ido la cabeza finalmente, pero al menos cada vez que volváis a pensar cualquier cosa al verme actuar, hablar, salir huyendo… recordad que llevo una lucha con el odio a lo que amo, con el amor a lo que odio, y la empatía...


(Foto de Andrey Dubinin)

domingo, 20 de octubre de 2013

Burbujas olvidadas


Dicen que la libertad duele...
Ella nunca había entendido bien esas palabras. Siempre había ansiado la libertad por encima de todo, la perseguía de una forma casi romántica.  
En un mundo donde importaban más las superficiales estupideces que la humanidad había elegido torpemente. En un mundo que parecía haberse vuelto loco.
Era su mundo también, el lugar dónde había crecido y que le había enseñado a vivir día a día. Pero se empezaba a dar cuenta de que estaba dotado de una falsa libertad. Una palabra tan grande no podía solucionarse con un remedio tan pequeño, era simplemente ilógico siquiera pensarlo. Y digo solucionarse, sí, porque la libertad empezaba a ser un problema. El mayor problema con el que se podía topar uno si lograba encontrarle significado.
Y justamente fue Eleuthera la que lo encontró...

Era un día oscuro, de esos en los que son las nubes grises las que reinan el cielo con una monocromía majestuosa, amenazantes con hilos de lágrimas desde las alturas. Como siempre, nada había impedido que Eleuthera saliera a despejar su mente y apartar su cuerpo del bullicio del contexto, adentrándose en los rincones más inexplorados de su preciada playa. El día ciertamente acompañaba sus grises reflexiones, llenas de frustración y desesperanza por no entender ese mundo suyo en el que le tocaba vivir.
Simplemente era absurdo...
Las olas rompían contra las rocas con impiedad al igual que los pensamientos contra su propio cuerpo, que soportaba como podía los duros golpes diarios, en silencio. No quería todo aquello, hubiera deseado ser “normal” como el resto de personas que conocía. Dejar de preocuparse al menos un instante por todo aquello irracional, metafísico, y pensar en lo mucho que desearía unos zapatos de tal color o las pocas ganas de trabajar que tendría al día siguiente... Era injusto que sólo ella sumergiera su mirada en el mar cada tarde, muriendo un poco más al sentir hasta la más mínima brisa acariciando sus cabellos.
Se preguntó si los demás también sentirían algo, si eran capaces de algo más que la envidia que les corrompía, que el egoísmo que los destruía, algo más que lo impuesto, que su falsa libertad.

Y es que creían volar cuando tenían sus cabezas enjauladas en celdas de asfixia transparente, cuando tenían sus alas atadas por las cuerdas de los titiriteros anónimos. Y eso no era libertad.

Fue entonces cuando se dio cuenta de su significado. Se dio cuenta de el porqué de su dolor. Ella había dejado libre su mente, sin intención había liberado su cuerpo en aquella playa. Ya no quería volver a la ciudad, ni a su mundo. No pertenecía a ellos. La libertad había traído con ella una soledad tan profunda que nunca podría llenarse con nada conocido. Nada real.

Lo comprendió.

Y lloró.

Lloró hasta que sus lágrimas se fundieron con las olas del mar. Hasta que su vida se perdió entre las mareas, hasta que su libertad se ahogó en el reflejo de un cielo de gris infinito...

(Fotografía por Laura Kok)