viernes, 20 de agosto de 2010

Ardiente secreto

"Y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón..."

Os voy a contar un secreto.

Aquella había sido una buena tarde. Entretenida como ninguna, risueña, esperanzadora. Hacía días que mi corazón lloraba en silencio por confusos e incomprensibles pensamientos que me habían costado más de una noche contemplando las infinitas horas estrelladas. Intentando apartar aquel mundo de mi cabeza decidí simular ser feliz, coger el lápiz que descansaba en mi escritorio y dibujarme a la fuerza una sonrisa, escondiendo la goma que podría borrarla, claro. Y tras varios intentos allí estaba, feliz, paseando por las calles de la ciudad aquél al que nunca podría haberle negado nada, con aquél al que debía tanta de mi felicidad que ahora estaba experimentando.
No habían problemas, todos se esfumaban en esos momentos con la suave brisa que serpenteaba entre mis cabellos suavemente.

Esa tarde fue perfecta, o lo hubiera sido si nunca hubiera seguido a mi acompañante en su siniestro juego del que no podría haber ni tan solo sospechado. Lo conocía bien, sabía que deseaba mi felicidad y que todos estos años la había conseguido, no con poco esfuerzo. Le debía mi vida más de lo que podaís imaginar, y eso me hacía sentir tan segura...
Subimos las escaleras hasta el cuarto, animados como siempre. Él abrió la puerta con tranquilidad, como de costumbre, y entramos en su habitación. Una vez más cogió su portátil y nos sentamos en su cama. Un día más volvimos a la rutina.

Pero la rutina acabó antes de lo que me hubiera gustado. En un momento se levantó, con su portátil bien agarrado entre sus brazos. Lo dejó en su escritorio y volvió a sentarse a mi lado sin pasar por alto mi asombro ante lo inesperado. En ese momento supe que algo no iba bien pero no quise preguntar. En vez de eso, un silencio abrumador corrompió la habitación entera como un aviso de lo que a continuacón iba a suceder.

Me besó. Y por un momento no me moví, no supe que pensar. No era el hecho lo que me perturbó, sino la forma en la que ahora me miraba. Me parecía tan diferente de las otras veces y a la vez tan similar. No entendía muy bien que era lo que había cambiado en esa habitación, si él o yo. Pero sentí como aquella mirada tan familiar ya no significaba nada para mí. Y lo comprendí en aquel momento. Quizás demasiado tarde.

Se abalanzó sobre mi suavemente, como tantas veces antes, pero para mi sorpresa no se detuvo ante mi leve resistencia fotuita que le rogaba en silencio que no siguiera. Me agarró con fuerza de las muñecas inmovilizandome los brazos. Estaba bien, el juego ya no tenía gracia. Se lo dije, le pedí que parara casi enfadada. Pero siguió adelante, el juego no se detenía y yo me estaba impacientando, inmóvil, bajo su cuerpo. Me besó de nuevo aun sabiendo que no le correspondería esta vez y, sin ser capaz de defenderme, me despojó de mi ropa casi tan rápido como lo hizo de la suya.

Y allí estaba él, sujetándome con fuerza, encarcelándome bajo su cuerpo como a una presa, hambriento, incontrolable...
Y allí estaba yo, desconcertada, presa del pánico, incredula, entristecida...

Sin mediar palabra me sujetó con más fuerza, revelandome lo que yo ya estaba esperando impotente desde que aquello había comenzado, y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón...
Un pequeño grito surgió de mi garganta rompiendo el silencio que había inuntado la habitación, mientras resignada observaba la macabra escena en primera persona. No dije nada, no intenté nada, la única fuerza que conservaba era la de mis ojos que miraban al frente, sin vacilar, sin derramar apenas una lágrima. Llenos, vacios, de nada.

Cuando todo terminó me levanté sin mirarle, me vestí y en silencio me fui. Volví a casa, me senté en la cama con la misma mirada que no me había abandonado.

¿Lo que sentía en ese momento? ¿Desprecio, odio, repulsión, apatía, tristeza...? Sí, sentía todo eso y mucho más, pero un sentimiento era el único que lograba reinar entre el caos de mi mente mientras inexpresiva permanecía sentada en la cama.

Gratitud.

Gracias querido amigo, amado y fiel compañero. Gracias por darme la respuesta, por mostrarme la verdad. Por borrar mi sonrisa dibujada y hacerme ver lo que ocultaba con tanto empeño.
Siento mis mentiras.
Lo siento.
Te digo adiós...
... y esta vez para siempre.

Me acosté en la cama y cerre los ojos quedandome dormida por primera vez en mucho tiempo.
Todo había terminado.

"Y como una estaca de ardiente hierro atravesó mi alma y mi cuerpo. Quebró mi corazón..."

... y aun me quedan las cicatrices.

¿Quieres verlas?

Tssssssh... no se lo cuentes a nadie, que es un secreto...