martes, 20 de noviembre de 2012

Sin rumbo

Llórame despacio, llórame. Que mientras escribo directamente y sin papel pierdo tantas miradas...
Tú te alejas y mientras llegan y se van, vuelvo a deambular entre las calles estrechas que habitan de reojo en las fotos a color.
No me digas que no te acuerdas. No me digas nada.
Vivamos, me prometí hace tanto. Sólo vida alrededor, sólo andar y caminar, correr en contra de la brisa y el viento y huracanes que intenten contraponerse. Vuela alto ni demasiado, no mires abajo.
No mires.
No.
¿Lloras?
Hace tiempo que tu fantasma deambula entre nosotros, tan hermoso como el primer día, su piel de porcelana... Ni sus lágrimas ni sus caricias se desvanecen. Has decidido formar parte de nada, y aún así lo sientes todo, condenada.
¡Condenada!
¿Dónde está el mundo al cual perteneces?
Sonríe mirando el fondo de un alma como la que cargas. Aguanta la tristeza, que no te hace guapa. Vive como nunca y avanza. Regala esa alegría que no te hace falta. No es para ti. No para el mundo en el que vives. No te despidas. Repite. No te despidas.

No te hace falta...

martes, 11 de septiembre de 2012

La facilidad de adherirse a las masas

Subió como todos los días el peldaño del autobús, cambiando unas pocas monedas por el billete que le dejaría descansar tres cuartos de hora más antes de empezar a trabajar. La elección del asiento no era una tarea complicada, puesto que subía siempre en la primera parada y tenía completa libertad en ese aspecto, siempre y cuando no se le colara una molesta señora malcarada como las que abundaban en ese tipo de transportes. Para su suerte, hoy era el primero en subir, y se sentía dichoso.
Se sentó al lado de la ventana, en la parte derecha, al fondo pero sin llegar al final del todo, pues ya era conocedor de los mejores sitios a esas horas de la mañana. Quizá demasiado tiempo viviendo en la rutina. Pero nunca reparaba en ese aspecto. Se sentía bien.

Una vez colocado, mientras se repartía a su alrededor el resto de gente, echó un vistazo al exterior. Empezaba a salir el Sol, y prometía ser una mañana calurosa como ninguna. Suerte que del aire acondicionado que empezó a resoplar potente cuando el autobús se puso en marcha. Se acomodó sacando un libro sobre Psicología de las Masas, una interesante edición que había encontrado en una tienda de segunda mano por no más de 75 céntimos, una vieja ganga. Sumido ya en la lectura del primer cuarto de hora, a pesar de tener la cara helada por el aire acondicionado que atacaba desde arriba, empezó a sentir un incómodo calor. Miró discretamente a los demás pasajeros en busca de un indicio de empatía, algún abanico zumbando junto a alguna señora de tamaño considerable, unas gotas en la frente de algún empresario bien formal. Pero nada. Un par de universitarias sumidas en sus móviles de última generación, un señor alto y con bigote toqueteando muy serio la tecnología de su tablet, una señora con la mirada perdida junto a su hija en silencio y atenta a los auriculares de su reproductor. Allí todo el mundo parecía contentarse con la infernal temperatura del autobús, así que disimuladamente, a pesar de la dificultad de movimiento, consiguió quitarse la chaqueta del traje para enfrascarse de nuevo en la lectura. La tarea se le iba haciendo cada vez más imposible, pues el sudor ya le resbalaba por la frente y de nuevo observó a los presentes inmóviles y ausentes, llegando a un comportamiento robótico.

Confuso, notó de repente que el calor provenía de algún lugar cercano a su pierna derecha, de la pared del autobús, bajo la ventana. Inspeccionó con cuidado el lugar dándose cuenta del fallo. Allí, a lo largo de toda la pared, se extendía un aparato metálico de calefacción que habría jurado que estaba encendido y desprendiendo los mismísimos vapores del averno. ¡Todo solucionado! — Pensó. Pero tal y como iba haciéndose la idea de avisar al conductor de su error, esperaba que humano, la inseguridad se abría paso en su cerebro. ¿Cómo es que nadie parecía darse cuenta del calor? No era el único que llevaba traje, el señor con bigote continuaba con la chaqueta puesta. ¿Nadie se había cambiado de sitio incómodo? A su parecer todo el mundo había permanecido impasible sin mover un solo dedo. ¿Y si sólo eran imaginaciones suyas? Era imposible que de todas las personas de aquél autobús, tan cercanas la mayoría a las paredes calefactoras, solamente él se hubiera dado cuenta o molestado un mínimo por aquella tortura.

Mientras leía unas pocas palabras de su libro sin prestar mucha atención al significado, se fue convenciendo poco a poco, quilómetro tras quilómetro, de que todo iba bien. Que sólo había dado rienda suelta a la imaginación, quizá entre las ensoñaciones matutinas de la lectura freudiana. Que todos los presentes estaban tan tranquilos por la perfecta temperatura que les envolvía, y quizá también por el agradable olor a algún tipo de asador que acababan de dejar atrás. La vida era maravillosa.

Al fin llegaron a la parada y uno a uno se fueron levantando para continuar con sus vidas en la ciudad. Fue el último pasajero el que se dio cuenta de unas extrañas manchas oscuras que desde los asientos hasta la puerta se extendían por el suelo del autobús. Las siguió con la mirada mientras avanzaba hacia la salida, por curiosidad. No todas eran recientes, las menos secas conservaban un color rojizo. Desconcertante fue el descubrimiento de unos pequeños fragmentos medio deshechos adheridos a las paredes del autobús, al metal de la calefacción junto a los asientos. Algunos aún burbujeaban dejando tras de sí un pequeño hilo de humo, desprendiendo un olor repugnántemente apetecible.





domingo, 2 de septiembre de 2012

Prométeme recuerdos

Dicen las calles que es verdad y ya no es sueño. Que dejé mi vida sobre ellas y sólo saben que llorarme y acusarme, desmentirme, recordarme. Me observaron tanto tiempo que si hablaran... ¡Madre mía, si hablaran! Serían pesadillas que sumadas al insomnio se reproducirían hasta la locura absoluta. Demencia engendrada.
Hoy he paseado por sus calles y calladas me han mirado con esos ojos de nostalgia. Paseando en sepia y gris de la mano de nadie, y es mentira. Es mentira que no fue vida, y miento si me niego, si olvido apagando la luz. He acariciado los muros que soportaron el peso de una pasión entristecida por la imposibilidad, que recibieron golpes y arañazos, caricias despedidas. Árboles que alimentaron las palabras que hoy resuenan en mi silencio inmutable, aquellas con las que nos destrozábamos. Pronunciadas y no. Y es hoy cuando después de ayer siento que es septiembre otra vez, como siempre; y tu frío, y el mío, y el suyo y el vuestro se unen en suspiros de un otoño cercano.
No deberían haber más lágrimas. Pero las sonrisas no me representan... Que yo echo de menos mis calles y mis callejones en los que el corazón corría de arriba a abajo asustado y gritando.
Sonrío si lo pienso, es verdad. Pero sólo es pasado jugando a ser presente, y ese puesto está ocupado en cada instante que sucede. Y suceden tantos...
¿Qué te voy a decir que no veas en mis ojos?
Sé que algún día, por más lejos que partamos, por más olvidos que compremos al Diablo a cambio de todas las almas que ya vendimos, por más que atente el tiempo contra el asfalto, volveremos a esas calles para llenarlas de recuerdos.
Prometido.


(Imágen de Brunilde, una artista de Deviantart)

miércoles, 20 de junio de 2012

Fueron mis ríos contra tus carreteras de humo


Claro que me gustaría abandonar mi mundo por unos instantes. Dejar de ser quién soy, actuar sin telón delante de millones de espectadores, nuevos, desconocidos. No pensar ni un segundo más en ti, ni en ti, ni en ti tampoco. Olvidaros a todos, renacer bajo mis propios criterios sin todas esas impurezas que los años han ido añadiendo, que mis acompañantes impusieron. Soltar todos los hilos sería una buena opción, viajar un poco más, llorar un poco menos. Salir a respirar un aire completamente nuevo, renacer en un lugar extraño del que no haya oído hablar nadie. Volar sin los pesos que lo dificultan tanto, e incluso lo impiden a veces.

He pasado demasiado tiempo inmóvil, arrastrada hasta que decidí nadar. Pero sigo mojada. La ropa me pesa, el pelo se me adhiere en la cara, molesto. A veces continúo sintiendo un poco de agua en los pulmones, y toso...

Dices que siempre me quedarán fuerzas para empaparme un poco más, meterme en el río que me ha dolido tantas veces y, cuando salga de nuevo, volveré a sentirme pesada, molesta, pero aliviada. ¿Verdad? Eso es lo que me dices con tus ojos clavados en los míos, ojos de una esencia fatal, de muerte encerrada, atrapada, ahogada. Buscas mi aprobación.

Me tiendes la mano, no sólo. Ofreces nadar conmigo. Buscaremos un lago, dices.

No tienes ni idea...

Has descubierto mis puntos débiles al ofrecerme la libertad, pero has fallado en todo lo demás. Has olvidado que si nado y lo hago sola, es porque así lo he decidido. Si me ahogo, no me saques, ni me mires. Si me empapo, no me seques. No soy frágil, no soy tu víctima. No soy mi víctima.

Son tus carreteras de humo las que no logro vislumbrar. Se desvanecen sus curvas mortales hasta mis pulmones como el agua, y también toso. Vuelvo a toser, maldita sea. ¡Me ahogo! Quieres conducir hasta más allá de todo mapa, pero la ruta desaparece de camino al cielo. Son tus carreteras de medio segundo las que no tardas en trazar, las que no vas a dibujar para mí. Las que has dibujado tantas veces...

Pero tienes razón, tienes razón en todo. Eso es lo más desconcertante. Sería maravilloso volar como si nada hubiera sucedido después de sumergirse en la fuerza de un amenazante río desconocido, con violencia, sin frenos. Caer miles de veces entre tus carreteras imprecisas, y seguir...

Sería increíble...

Pero no es libertad. Y eso tú no lo comprendes.

Me preguntas porqué.

¿No lo sabes?

Sí lo sabes.

Me ofreces tu cigarro y lo consumo en una calada. No hay palabras, nadie las echa de menos. Acabo con el humo en una despedida desde lo profundo, en mis pulmones. He dejado de toser, ahora sólo duele, quema, se desvanece, sueña... y mata.

miércoles, 13 de junio de 2012

Espejos de fatal esencia


Las manos manchadas de pintura, ahora inertes, cansadas. Aún húmedas. La respiración agitada, mirada al frente. Perdida. Resuena en su cabeza la palabra una y otra vez hasta que el sonido de sus sílabas debería extraviar todo significado. Pero retumba hasta estallar, y lo hace cobrando el sentido traidor que la conduce a un incomprensible sinsentido, en el que todo y nada encuentran y mezclándose con pintura y lágrimas dibujan realidades que olvidamos ciegos, al girar la cabeza hacia aquellos que asintieron diciendo que hacíamos lo correcto. Engendra mundos desde sus entrañas que no estafan con fantasías de cuento, que destiñen los colores vivos que nos echaron encima sin orden aparente ni sentimientos creadores. Falsedad es lo que queda.
Aparta las mentiras exhausta con un poco de blanco. Es el negro su herramienta principal, el protagonista de sus obras, que construye y consume formas y figuras difusas. A veces se mezclan grises rectilíneos de grumosa monotonía. Realidad. Oprime el pecho la rabia de un carmín intenso. Y grita y esparce, agita, araña, gime, fluye, duele. Y duele mucho. Lágrimas de oquedad absoluta, vacíos dementes que siempre estuvieron ahí. Insano.
Ella cae exánime de rodillas, inundados los ojos que no parpadean al sumergirse en el lienzo que la observa enfrente, a lo alto, presenciando su desdicha. A veces se pregunta quién de los dos es el que crea, sin saber como responderse ante el nuevo mundo que reflejan sus ojos. ¿O son las pinturas con sus ojos sus espejos? Su majestuosa condena tortuosa, su infierno particular. Pero, al fin y al cabo, su fatal esencia.

martes, 29 de mayo de 2012

Abatidos


Sentada en la nieve de un callejón sin salida admiro expectante la gente pasar entre las únicas dos paredes que me abrigan.

No hay nada más... Me digo en un susurro débil, inaudible.
Todas esas personas pasando rápidamente hacia sus casas con sus familias, quizá van de camino a una tienda o simplemente pasean bajo la nieve que cae sosegada y sentenciosa, pensativos. Pero no vuelven su cabeza hacia el callejón, invisible para ellos y su día a día, una decoración más sin importancia en cada una de sus vidas marchitas que ni siquiera tratan de revivir.
En su último aliento se han ocupado de llenar sus vacíos de objetos inservibles cual enfermos, fingiendo qué aún les queda un ápice de sentimientos bajo sus máscaras. Miran con sus ojos cerrados y ven el mundo perfecto que ellos mismos han creado, sin violencia, sin fealdad, sin diferencia...

… sin amor.

Y es ese mundo el que dejan en herencia a sus hijos que, como yo, tuvimos que aprender a sobrevivir en la mentira de un engaño más grande que nuestro propio ego impuesto.
Luego vino la lucha continua, prehistórica, de la ley del más fuerte.

La envidia. El odio. La ira.

No supimos como reaccionar ante tanta crueldad mutua y nos encerramos en las jaulas que heredamos de nuestros padres. Bellísimas jaulas de hierro oxidado y astillado, maravillosamente decoradas con rosas rojas y sus espinas...

… herían.

Bajo la apariencia de perfección nos herían los ojos, las manos... E hinchados, purpúreos y dolientes permanecimos en ellas, inmóviles.

Perfectos.

Fuimos hermosos en aquel paraíso postizo.
Hasta que nos dimos cuenta.

Cobró la resignación todo el protagonismo, y el miedo. Nadie osó moverse de su celda, escogiéndola ante la idea de un mundo que no conocían. Fuimos pocos de nosotros los que aceptamos el cambio y golpeamos con fuerza el hierro oxidado, las esquirlas desgarradoras y las espinas penetrantes. Entre gritos de dolor y rabia rompimos la falaz realidad heredada y nos dispersamos solitarios por el nuevo mundo contradictorio en el que me encuentro.

Ahora, sentada en la nieve de un callejón sin salida admiro expectante la gente pasar entre las únicas dos paredes que me arropan. Sin más abrigo que mi piel desnuda, pálida y amoratada. Hinchada por los golpes y el frío, herida por las mentiras, cansada de las esperanzas de futuro. Desde aquí veo a los que se quedaron en sus radiantes cárceles, a sus hijos y a sus nietos llevando sobre ellos el mismo peso que continúan heredando de sus padres, de los nuestros...

Nosotros jamás tuvimos hijos. Permanecemos condenados a la soledad, vagando como etéreos dementes por los callejones abandonados de barrotes. Abatidos.

[[Imagen arriba: "Tell me I'm frozen" de TalianaChastaya // Imagen abajo "Frozen rose" de Mv79]]