lunes, 7 de julio de 2014

Dejar de huir

Busca en su bolso y saca con precisión el tabaco. Casi sin mirar se lía el cigarro y lo enciende para llevárselo a los labios, tranquilamente. 

— ¿Quieres uno? Me cuesta un momento...


— No, gracias.


La calada, suave pero profunda. Reconfortante. Luego deja que el humo se escape a través de sus labios, hipnóticamente. 


¿Por dónde iba....? — vuelve al hilo de la conversación prototípicamente, como en una película antigua, no le sorprende — ...una vez más estaban sentados uno al lado del otro, sin explicación ninguna. El azar había decidido jugar un rato más con aquellos dos cuerpos conocidos, y quiénes eran ellos para cuestionarlo. Después de tanto tiempo... No era tanto, y lo sabía. Como lo sabía la complicidad en los ojos de ambos.

Allí, en aquella cafetería, el tercero seguía hablando por los codos de sus ideas, sus puntos de vista, su entusiasmo por crear algo nuevo. Atendían sus deberes con desgana bien fingida, pero robada por la impaciencia de empezar las jornadas de trabajo. Y digo "las" por la inestabilidad que tanto les caracterizaba. Jornadas que sólo tenían una cosa en común, nada de horarios o fechas, sólo ellos en una misma habitación. 

— Suena fácil.


— Parecía fácil. Pero ya se sabe, todo lo que parece fácil es igual de traidor. Y la facilidad les traicionó a velocidad del vértigo que sentían al cruzar las miradas, o quizá no tanto. La inocencia de la amistad duró una noche y media. No más. ¿Y luego qué? Lo inevitable.


Quieres decir...


— Sin querer si quiera creerlo sucedía a una velocidad inimaginable. En las primeras horas ya sobraron las palabras, aprendieron sus respectivos lenguajes, todos. Un gesto y las ideas fluían de una cabeza a la otra como si estuvieran conectadas a tiempo real, ya sabes. Lo que les habían mandado no era un trabajo rápido, pero lo optimizaban de una manera increíble con su fluir de ideas que iban y venían sin parar. Sólo hasta que llegaba una sonrisa, un roce con la mano, los ánimos, la tristeza. ¿Cómo evitarlo?


— ¿No es un poco contradictorio? Quiero decir... no parece algo malo.


— Al principio no, pero el mundo real se estaba disipando en las pantallas de ordenador, en aquella habitación cutre llena de humo y gente aleatoria y desconocida que no hacía más que entrar y salir. También las emociones, confusas, alegres, melancólicas, dispersas, se iban enredando en un ovillo casi grotesco. Y de repente, en unos días pasaron a estar delante de otras pantallas, más grandes, más pequeñas, propias, ajenas, abandonándose a otros mundos detrás de las mismas, cuanto más surrealistas mejor. Lejos. Muy lejos.


— Estaban huyendo  repitió las palabras que aterrizaron en su cabeza al instante, casi sin darse cuenta, encontrando un poco más de sentido a la historia.


— Exacto. En realidad nunca supieron responder de qué querían alejarse. Quizá de su vida, de sus pensamientos, de las ideas, el pasado o el futuro, el presente, ellos mismos... Tantas cosas de las que huir. Pero ahí se quedaron, el uno al lado del otro, huyendo sin moverse, doliéndose porque alejarse significaba dejar de huir, pero permanecer allí y no poder ser... oh, eso sí que los destrozaba. Y tenían miedo, claro que lo tenían. Tenían tanto miedo que necesitaron huir más, dolerse hasta que no pudieran aguantarlo y tuvieran que llorar de rabia, de pena e impotencia.


— ¿Y no podían hacer nada? ¿Ayudarse mutuamente de alguna forma? Porque se importaban... Eso puedo verlo.


— Simplemente se torturaron hasta tal punto que los abrazos e incluso los roces fueron insoportables sobre la piel magullada, incluso las miradas que anticipaban el contacto con los cardenales, el deseo de doler. Imposible. - Expulsa el humo de nuevo, como en un pesado suspiro. Y repite — Imposible...


Su mirada está ahora perdida, recordando quizá. A pesar de tener un esbozo de sonrisa, sus ojos brillantes aguantan otro sentimiento muy contrario. No quiere interrumpir, pero el final 

de la historia es casi una necesidad en su cabeza...


 ¿Qué ocurrió entonces? Pregunta avergonzado, intentando ocultar su impaciencia por escuchar el resto de historia.


Ella vuelve a mirarle, con esos ojos, y le dedica una extraña sonrisa llena de ironía y de tristeza...


— Llegó el momento, sin más, sin planes ni despedidas. Nada de final de cuento. — Apaga lo poco que queda de su cigarrillo y su mirada se torna dulce por un momento entre recuerdos  

Tuvimos que dejar de huir.